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La vía no capitalista

El breve ensayo de Samir Amin sobre ‘la vía no capitalista’ (La voie non capitaliste), publicado por primera vez aquí, servirá de base para la entrada homónima del vol. 10/I del Diccionario histórico-crítico del marxismo (actualmente en preparación). Es probable que Amin haya escrito el texto, que permanece como borrador, hace al menos tres décadas, hacia la misma época en que produjo ‘Anticolonialismo’, la única entrada suya publicada hasta ahora en el DHCM (véase HKWM I, 1994, 344-349; también disponible en inglés aquí). De hecho, ‘La vía no capitalista’ bien podría ser previa a ‘Anticolonialismo’, dado que en ella no hay referencia alguna a la caída de los Estados socialistas europeos. Lo decisivo es que en el período que separa la realidad textual previa a 1989 de nuestra propia época el capitalismo se ha vuelto ostensiblemente la ‘única’ vía social y económica para todos los países del mundo ‘globalizado’, cosa que, en apariencia, tornaría obsoleto el problema central del ensayo de Amin. Con todo, muchas de las preguntas formuladas en el texto permanecen abiertas y, por cierto, se han vuelto, una vez más, urgentes. ¿Es posible una vía autónoma de desarrollo para los países periféricos, esto es, para el ‘Sur global’, más allá de la esfera de influencia de las principales economías capitalistas? Con el regreso de las tensiones geopolíticas en torno al eje Este-Oeste, esta vez con China como ‘antagonista’ fundamental de ‘Occidente’, y especialmente desde la invasión rusa a Ucrania, la noción de ‘no alineación’ ha vuelto a plantearse como alternativa necesaria –y de hecho viable– para los países del Sur. Lo mismo puede decirse del llamado de Amin a una ‘desconexión’ de estos países respecto de los poderes capitalistas, máxime ahora que –a pesar de su ‘rivalidad’ aparente– las economías de China, Estados Unidos y Europa están unidas por lazos e interdependencias mucho más profundos que los que jamás tuvieron los países occidentales con sus contrapartes del ‘bloque del Este’ durante la Guerra Fría. Una ‘desconexión’ también emerge como estrategia posible en un contexto de catástrofe medioambiental producida sobre todo por unas emisiones y una destrucción del medio ambiente cuyas raíces están en los centros del poder económico y los actores del Norte rico, pero cuyas consecuencias afectan principalmente y con más violencia a los pobres de los países del Sur. Por último,  si bien los actores de los que trata Amin lucharon por ir más allá de la independencia política a través de la descolonización y  la lucha antiimperialista, en pos de la ‘liberación económica, social y cultural’, esta condición sigue siendo esquiva para la mayor parte de los países de Latinoamérica, África y Asia. El modelo de desarrollo ‘de contenido popular’ que Amin postula, únicamente viable si se empieza a transitar una ‘vía no capitalista’, conserva, después de todo, su actualidad. 

Los editores del blog HKWM International

Victor Strazzeri – Carola Pivetta

Por Samir Amin

El período posterior a la segunda guerra mundial estuvo marcado por el ascenso de los movimientos de liberación nacional, que fueron centrales en el escenario histórico y transformaron, a través de la conquista de la independencia de países de Asia y África, el mapa del mundo. A partir de la revolución rusa, el leninismo había elegido aliarse a los “pueblos oprimidos de Oriente” que, por su revuelta antiimperialista, compensaban la deriva oportunista de las clases obreras de Occidente. Pero mientras que en China y Vietnam el partido comunista se impuso muy temprano como fuerza conductora de las luchas de liberación nacional, en otras partes, casi sin excepción, el eje principal del movimiento estuvo constituido por partidos nacionalistas “burgueses”. De ahí las reticencias soviéticas expresadas por boca de Zhdánov al término de la segunda guerra mundial: la Unión Soviética temía que las nuevas burguesías nacionales gobernantes fortalecieran el sistema de hegemonía mundial estadounidense.

Sin embargo, los Estados y las nuevas burguesías gobernantes no cesarían de hacer frente al imperialismo. Pues los Estados afroasiáticos entendían que la independencia política reconquistada no era más que el medio; el fin consistía, en cambio, en la conquista de la liberación económica, social y cultural. Y si bien en general consideraban que el “desarrollo” era posible incluso en la “interdependencia” en el seno de la economía mundial, tenían claro que la edificación de una economía y una sociedad desarrollada independiente implicaba cierto grado de “conflicto” con el Occidente dominante (el ala radical creía tener que poner fin al control del capital monopólico extranjero sobre la economía nacional). Por añadidura, en su afán por preservar la independencia reconquistada, esos Estados se negaban a entrar en el juego militar planetario y servir de base al cerco de los países socialistas que el hegemonismo estadounidense trataba de imponer.

También creían, no obstante, que el rechazo a entrar en el campo de alianzas militares transatlánticas no necesariamente suponía ponerse bajo la protección del adversario de aquel, la URSS. De ahí el “neutralismo”, la “no alineación” que se expresa a partir de la Conferencia de Bandung (1955).

Fue entonces cuando la diplomacia soviética tomó conciencia de que el apoyo a los nuevos regímenes nacionalistas podía volverse el medio esencial para romper el cerco estadounidense. Este argumento –la ruptura del frente hegemónico estadounidense– habría podido bastar, por sí mismo, para justificar la nueva alianza. Pero no fue así y la doctrina soviética inventó, en esa ocasión, una justificación ideológica: a saber, que los países en cuestión estaban comprometidos en una “vía no capitalista” de desarrollo, potencialmente  capaz de llevar a una construcción socialista.

El realismo de este análisis “optimista” –análisis desmentido posteriormente, de hecho– es dudoso. Puede pensarse, por cierto, que no se trataba más que de un proyecto nacional burgués que apuntaba a que la clase burguesa nacional hegemónica, a través de su Estado, se asegurase el control de la acumulación interna. Las circunstancias de la expansión capitalista de los años 1955-70 crearon, hasta cierto punto, la ilusión de que este proyecto era históricamente posible: el fuerte crecimiento del “norte” facilitaba “el ajuste” en el sur.

Hoy en día ya no es posible ignorar las insuficiencias de este proyecto, que no resistió la reversión de la coyuntura favorable. La crisis agrícola y alimentaria, el endeudamiento financiero exterior, la intensificada dependencia tecnológica, la débil capacidad de resistencia a eventuales agresiones militares, la invasión del derroche de los modelos de consumo del capitalismo y lo que estos conllevan en los planos ideológico y cultural señalan los límites históricos de la tentativa. Incluso antes de que la crisis actual diera pie a una “ofensiva de Occidente” que ha conseguido revertir el rumbo de las evoluciones, estas insuficiencias habían llevado a un impasse.

En este sentido, la historia ha demostrado que la burguesía nacional no es capaz de realizar en nuestra época lo que realizó en otras partes –Europa, Norteamérica y Japón– en el siglo XIX. Hoy, en todo caso, este capítulo de la historia ha quedado atrás; en la fase actual, la burguesía del Tercer Mundo ha aceptado inscribir su desarrollo en la subalternización compradorizada (1988, 279) que le impone la expansión del capitalismo transnacional. Esto, a todas luces, ha echado por tierra la teoría de la “vía no capitalista”.

Ahora bien, está claro que la teoría de la vía no capitalista no resultó convincente para todo el mundo. La China maoísta de la década de 1960, especialmente en su famosa “carta de los 25 puntos” de 1963, la había denunciado con virulencia como el opio destinado a apaciguar las revoluciones populares de la “zona de tormentas”.

No hay duda de que estas revoluciones no se han abierto paso hasta la actualidad. ¿Significa esto acaso que no existe alternativa a la expansión capitalista periférica en marcha? De ninguna manera: al proyecto nacional burgués hay que oponerle un proyecto nacional popular, fundado en una estrategia de desconexión (es decir, de sumisión de las relaciones exteriores a la lógica de un desarrollo interior de contenido popular) que, por definición, la burguesía no puede promover. Quizá entonces emprendamos el camino hacia la larga transición de la que aquí se trata. 

Traducción de Carola Pivetta

Samir Amin (El Cairo, 1931-París, 2018) fue un economista francoegipcio que reflexionó a fondo sobre las relaciones entre centro y periferia y las causas del subdesarrollo, en obras como La acumulación a escala mundial (1970), El desarrollo desigual (1973) y La desconexión. Hacia un sistema mundial policéntrico (1986). En este último libro, Amin explica los vínculos económicos entre los países del capitalismo avanzado y los del Tercer Mundo, y postula la urgencia de que estos se planteen una estrategia de integración mundial alternativa a la de la globalización capitalista, que se sustraiga a la lógica polarizadora y generadora de desigualdad de esta y ponga el desarrollo al servicio de los pueblos. Por medio de su activismo en diversos movimientos sociales y asociaciones internacionales como el Foro del Tercer Mundo, Amin concretó su compromiso con el internacionalismo alternativo postulado en su teoría económico-social.

Bibliografía

S. Amin, La desconexión. Trad. de M. A. del Pozo. Buenos Aires 1989.